33 hombres, uno de ellos boliviano, permanecieron atrapados a 700 metros de profundidad durante 69 días hasta que, y pese al show mediático montado por el gobierno, empezaron a salir uno a uno de las profundidades de la tierra.
Mientras escribo estas líneas ya han salido ocho, y lo han hecho de pie, recibiendo el saludo efusivo de sus compañeros que los buscaron, encontraron y cavaron la dura roca hasta que , con el lenguaje parco de los mineros, les dijeron que los sacarían de ahí.
Cuando salió el primero, el presidente Piñera daba gracias a dios y a la nomenclatura en orden de importancia de cargos, pero olvidó agradecer a los mineros de Pensylvania que, por haber experimentado una tragedia similar, se solidarizaron con sus lejanos compañeros de Atacama y aportaron los conocimientos técnicos –cultura minera- y parte de la maquinaria que hizo posible el rescate. Tampoco mencionó a dos héroes silenciosos, dos internacionalistas del trabajo; James Stefanic y Matt Stafeard, los dos operadores que llegaron hasta los mineros atrapados y son los grandes responsables del rescate.
Mientras sacaban al segundo minero, que salía del calor y la humedad del encierro a 700 metros bajo tierra para enfrentarse a la sequedad y 10 grados bajo cero del desierto, el presidente Piñera no resistió la tentación de otra conferencia de prensa “in situ” y en la que, lo único destacable, fue la vacilante declaración de intenciones para hacer algo por la seguridad laboral de los mineros. En su torpeza evidente, Piñera omite que ha sido justamente la derecha chilena la más feroz opositora a que se regule la seguridad laboral, indicando que los controles son sinónimo de burocracia y atentan contra la libertad de mercado.
En medio de su show cargado de gestos religiosos, Piñera omitió cualquier referencia a la triste situación de los otros doscientos y tantos mineros de la misma empresa, que trabajaban en la misma mina, que desde el mes de agosto no reciben sus salarios. Esta empresa se atrevió a declarar que incluso los 33 atrapados no cobrarían por todos los días bajo tierra, porque sencillamente no habían trabajado. Y la respuesta del gobierno brilló por su ausencia.
La tragedia, esos 33 hombres sepultados, ha sido utilizada para marcar de invisibilidad al otro Chile, al país que no sale en televisión, por ejemplo a los mapuche, cuya dramática huelga de hambre desapareció de la actualidad, ese sucedáneo del presente que se impone a la masa acrítica y dada al aplauso que los modernos comunicadores llaman “opinión pública”.
Desde luego que es emocionante verlos salir, uno a uno, y más emocionante es ver que esos 33 mineros, pese a los regalos prometidos, un viaje a España para ver un partido del Real Madrid, un viaje a Inglaterra para ver un partido del Manchester United, un Iphon de última generación, un viaje a Grecia, y hasta diez mil dólares a cada uno donados por un empresario chileno que aspira a ser presidente del país, pese a todo eso siguen siendo mineros y por eso mismo anunciaron la creación de una fundación que se preocupe de la situación de todos los trabajadores de la minería afectados por la irresponsabilidad de las empresas.
Sacarlos de ahí ha sido una proeza, pero una proeza de todos los que sudaron hasta conseguirlo y no de los encargados del Show del rescate.
Y la mayor proeza será lograr que en Chile se respeten las normas de seguridad laboral para que nunca más 33 mineros desaparezcan en las entrañas de la tierra.
Luis Sepúlveda
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